El Parto Virginal de la Virgen María II, Madre del verdadero Dios por quien se vive



Segunda parte: Reinterpretaciones y otras interrogantes
Por Gerardo Cartagena Crespo

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II. REINTERPRETACIONES

Hoy día hay la tendencia de cambiarlo todo, de interpretar la fe a la luz de los descubrimientos y adelantos científicos e "históricos", como si el Espíritu Santo hubiese dejado de trabajar o en su inspiración y revelación a la Iglesia, a través de los siglos, se hubiese equivocado. Toda una gama de nuevas tendencias doctrinales en abierta oposición a la Tradición y Magisterio Eclesiástico. Pues, como muchas de las doctrinas y enseñanzas en orden a la fe y la moral no se adaptan, en general, al pensamiento y sentir del hombre moderno, sería anticuado seguir enseñándolas; por eso, si no se las  niega o no se les cambia su auténtico sentido histórico, lo mejor es silenciarlas.

Estos tres puntos son los que en muchos sectores, tanto del protestantismo como del catolicismo liberal, han adoptado en su "plan" de adaptar el "mensaje" cristiano al mundo de hoy.

A)  SILENCIO. Porque, por ejemplo, hablar del  infierno o de Satanás produce "terror", "miedo" y por lo tanto asusta a la gente.

Creo que una cosa es manipular la conciencia de un pueblo a base de miedo en el infierno y Satanás (como hacen los falsos profetas y fundadores de sectas), y otra cosa es advertir a la gente contra las asechanzas y astucias de Satanás, no para asustar, sino para proporcionar métodos, medios, instrumentos que Jesucristo, por medio de su Iglesia, nos provee para derrotarlo y salir victoriosos, y, bien importante, crear conciencia de la posibilidad de condenación, cómo evitarla usando correctamente nuestra libertad y cómo alcanzar la salvación por medio de Jesucristo.

B)  NEGÁNDOLAS. Porque, por ejemplo, la "ciencia" y la "razón" no admiten la posibilidad de una manifestación o revelación sobrenatural.

Si es cierto que por métodos científicos no se puede probar una manifestación sobrenatural, también es cierto que esta posibilidad no puede ser negada por métodos científicos, pues se sale del orden natural al sobrenatural. En cuanto a la razón, si ésta está malformada, prejuiciada o influenciada maliciosamente a su propia conveniencia, le será casi imposible a un individuo así aceptar aquello que, por su propia condición y modo de pensar, no le conviene aceptar ni creer, o se siente incapacitado para ello.

Una conciencia bien formada, sin prejuicios y abierta a las posibilidades, pero prudentemente, con la luz del Espíritu Santo que nos brinda la ayuda divina que quiere que todos sus hijos se salven, podrá ver y entender lo que otros no pueden, o lo que es peor, no quieren ver ni entender.

C)  CAMBIÁNDOLAS. Porque, por ejemplo, ya no se adaptan al pensamiento moderno o porque están plagadas de elementos paganos o porque el pensamiento, costumbres, lengua..., de la época influyó mucho en su desarrollo y formación.

Así, en 1835, D.F. Straus afirma, basándose en la exégesis histórico-crítica, que la concepción virginal de Jesús es un mito cristiano, "un revestimiento historizante de una idea cristiana primitiva" <97>.

Este origen judeocristiano del relato de la concepción virginal, que de D.F. Straus pasará a A. Harnack, será contestado por J. Hilmann y por los defensores de la crisis sincretista, los cuales abogan por un influjo helenístico del mito teogámico pagano<98>.

E. Kung define las narraciones de los dos primeros capítulos de Mateo y Lucas como "leyendas o sagas etiológicas", que quieren indicar una causa de la atribución a Jesús del título de Hijo de Dios<99>.

Estas "reinterpretaciones" y la tendencia a "desmitologizar" la concepción virginal de Jesús, negando su sentido histórico y biológico, la podemos ver, no solamente en el campo protestante, sino también en ciertos ambientes católicos<100>.

En el tema de la virginidad de María, la crisis había comenzado, antes del Concilio, con un intento de "reinterpretar" la virginidad de María en el parto<101>.

Como se ha mencionado ya, en 1952, Mitterer se opuso a la concepción tradicional de la virginidad en el parto, viendo en ella el producto de una mentalidad ingenua o mítica que daría excesivo relieve a elementos puramente materiales, y considerándola incompatible con una maternidad auténtica y completa. Esta maternidad llevaría consigo un alumbramiento normal con las correspondientes rupturas y dolores. Según él, la virginidad en su aspecto somático<102>, consiste en la abstención de todo acto sexual y en la exclusión del contacto del óvulo con el semen viril; y en el plano psíquico consiste en la abstención afectiva y efectiva del deleite venéreo. La integridad orgánica no pertenece a la esencia de la virginidad. Según esto María pudo dar a luz normalmente sin perder la virginidad, puesto que concibió sin contacto de varón y sin deleite carnal<103>. Explicada de esta forma, la virginidad en el parto no es realmente distinta de la concepción virginal; es simplemente un parto normal de una mujer que ha concebido virginalmente<104>.

Laurentin, como fruto de un estudio de la tradición sobre la virginidad en el parto, coloca la afirmación de la permanencia de la integridad corporal como proposición que se encuentra en el interior de la fe: dato, por tanto, de fe y no mera teoría extrínsecamente unida a la fe y trasmitida, de ese modo, junto con ella<105>. Sin duda, el milagro de la verdadera integridad corporal, no obstante el parto, puede parecer difícil a la  razón humana, pero esto es común a las realidades misteriosas. Por otra parte, la integridad corporal en el parto no lleva necesariamente a una explicación deshumanizante de éste. Tampoco creo que se pueda calificar de deshumanizante la carencia de dolor<106>.

La negativa de la exégesis liberal al nacimiento virginal, no está motivada por razones científico-bíblicas, sino por convicciones filosóficas e ideológicas, conforme las cuales no es posible una intervención milagrosa de Dios.

Según la teología liberal, entre algunas de sus objeciones o negaciones a la concepción y nacimiento virginales de Jesús, es que provino de influencias helenísticas<107>. Harnack dice que el parto virginal fue "una invención gnóstica"<108>.

La exégesis liberal piensa ahora que los cristianos formados helenísticamente y provenientes del paganismo habrían admitido de manera parecida un origen divino para Cristo<109>.

Por lo demás, no puede decirse que tal milagro carecía de sentido. Ha sido un mérito grande de Laurentin haber mostrado que para los Santos Padres la permanencia de la integridad corporal de María no era algo meramente anatómico o fisiológico, sino que lo consideraban como algo que tenía verdadero carácter de signo de realidades sobrenaturales; Precisamente por este su carácter de signo, Dios pudo querer este milagro. Naturalmente puede preguntarse que valor de signo puede tener una realidad oculta y desconocida a todos con la excepción de María. Quizá se haya dado inadvertidamente la respuesta ya al plantear la pregunta. S.  Tromp ha subrayado la importancia que el signo podía tener para María: Ella llevaba en su mismo cuerpo un motivo de credibilidad, dado por Dios, para fortaleza de su fe en la hora difícil de la prueba, sobre todo en el momento decisivo en que estuvo junto a la cruz del Señor<110>.





III. ¿FORMA  O NO PARTE DEL  DOGMA?

Para algunos la Iglesia nunca ha definido como de fe que María fue virgen en el parto<111>.

Primeramente, hay que recordar que la virginidad perpetua de María incluye la virginidad antes del parto, en el parto y después del parto. Los tres son aspectos íntimamente relacionados como partes de un todo que es la virginidad perpetua<112>.

Esta fórmula ternaria de la virginidad de María que fue usada por Zenón y San Agustín pasó a la enseñanza oficial de la Iglesia. María es virgen antes del parto (en la concepción sobrenatural del Hijo de Dios), en el parto (que milagrosamente no lesionó su integridad) y después del parto (sin tener más hijos, viviendo consagrada a su única y trascendental maternidad)<113>.

Pero, sobre todo, debemos saber que es dogma de fe que María concibió sin principio masculino por la virtud del Espíritu Santo<114>, que permaneció virgen intacta en el nacimiento de su divino Hijo Jesús y después de él durante toda su vida (De fe divina expresamente definida)<115>.

En el parto María dio a luz sin detrimento de su integridad virginal (De fe por razón del Magisterio Universal de la Iglesia)<116>.

El dogma, por tanto, afirma el hecho de la permanencia de la  virginidad corporal  de María en el acto de dar a luz<117>, y no solamente algo abstracto o meramente de índole espiritual.

Para muchos no existe diferencia alguna entre la virginidad en el parto y la virginidad en la concepción, pues ven como parto virginal el alumbramiento de modo natural de una mujer que concibió virginalmente. Pero la realidad es que la distinción entre la virginidad antes del parto y la virginidad en el parto es dogmática<118>. Rufino distingue entre la concepción virginal y el parto virginal<119>.

Para otros "la tesis de que dio a luz de modo milagroso y Jesús salió del vientre de su Madre sin romperlo ni mancharlo es una interpretación del parto virginal que no pertenece a la fe ni ha sido impuesta por el Magisterio"<120>.

Ante esto la Iglesia ha creído siempre que el acto mismo del nacimiento de Cristo se realizó de un modo extraordinario<121>  y que María conservó siempre intacta la integridad de su organismo<122>.

San Agustín insiste en el carácter sobrenatural y milagroso del parto virginal<123>.

En el Tomo o Volumen del Papa San León I al Arzobispo Flaviano, y que ya he mencionado, entre muchas cosas, dice: "Cristo fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de su Madre Virgen, y Ella le dio a luz sin detrimento de su virginidad, así como le había concebido"<124>.

Primeramente, vemos como el Papa hace una clara distinción entre el parto virginal y la concepción virginal. Luego hace una comparación para dar a entender la realidad del parto virginal; así como María no perdió la virginidad en la concepción de Jesús, pues ésta se realizó de un modo maravilloso y sobrenatural sin concurso de varón, por el poder del Espíritu Santo, del mismo modo, en el alumbramiento de su divino Hijo, María conserva intacta su virginidad, como lo canta la Liturgia de las Horas: "¡Después del parto oh Virgen!, has permanecido intacta"<125>. Y esa virginidad, así como se dio en la concepción de un modo milagroso y sobrenatural, también en el parto se da de modo milagroso y sobrenatural.

Para enfatizar la idea del Papa añade más adelante: "entrando en el mundo de una manera nueva, naciendo también de un modo distinto..."<126>. ¿Quién no ve en esta manera nueva de concebir y en este modo distinto de nacer una intervención sobrenatural de Dios?

A  modo de observación se puede decir que la virginidad en el parto supone la ausencia de la lesión orgánica y del dolor que naturalmente acompañan el alumbramiento<127>. A la integridad corporal se refiere directamente el dogma de la virginidad de María<128>.





IV.  ASPECTOS DE LA  INTEGRIDAD  VIRGINAL  DE MARÍA

Nos dice San Agustín:  "Si con el nacimiento de Cristo se hubiera destruido la virginidad de María, ya no podría decirse que nació de una virgen y no habría verdad en la confesión de toda la Iglesia"<129>. Igualmente nos advierte Proclo de Constantinopla:  "Si la madre no permaneció virgen, entonces el nacido es sólo un hombre, y no ha tenido lugar ningún nacimiento prodigioso. En cambio, si ella, después del parto, ha permanecido virgen, ¿por qué entonces él no iba a ser Dios?"<130>.

Como hemos visto ya, Pelagio I y Gregorio Magno se expresan de la siguiente manera: "conservando la integridad de la virginidad materna"; "conservando cerrado el claustro de la virgen"<131>.  Y  es que el parto de María se diferenció en el aspecto mismo somático-fisiológico del parto común de las demás mujeres. La explicación última de este hecho extraordinario y misterioso hay que dejarla a la omnipotencia divina. San Agustín dice: "En tales cosas la razón íntegra del hecho es la omnipotencia de quien lo hace" (Ep. 137, 8, 2);   S.th. III 28,2<132>.

Resulta claro, a través de las enseñanzas del Magisterio, el sentir y creer de la Iglesia sobre la virginidad de María en la que se acepta o supone el concepto corriente y tradicional que incluye la integridad corporal. No hay que perder de vista que la enseñanza versa, no sobre un tipo abstracto de virginidad, sino sobre la virginidad concreta y singular de María, la Madre de Dios. Virginidad cuyo conocimiento sólo por la revelación pudo alcanzar la Iglesia<133>.

La virginidad de María, según el concepto tradicional es una virginidad total y plena que califica a la persona en todos sus niveles: en el plano fisiológico implica la integridad corporal del organismo femenino; en el plano psicológico y moral, lleva consigo la abstención voluntaria del deleite carnal; y en el plano espiritual supone y entraña la entrega voluntaria y total a Dios con una dedicación exclusiva al servicio divino. Aunque el factor espiritual y moral tienen, evidentemente, la primacía en la estimación cristiana, la integridad corporal y orgánica tiene su valor como signo y expresión de la virginidad integral que dignifica todo el ser personal de María. Y es precisamente en este aspecto de la virginidad corpórea donde ha fijado mayormente su atención el pueblo fiel y el Magisterio de la Iglesia. A la integridad corporal se refiere directamente el dogma de la virginidad de María<134>.

En el aspecto del parto virginal, ésta se da sin dolor y sin lesión corporal, por un milagro similar al de la entrada de Cristo resucitado en el Cenáculo<135>. Esto significa que María conservó la integridad física en el momento del parto, no sufriendo ningún detrimento en su organismo que pudiera afectar a su virginidad. Cristo nació de Ella a la manera que el rayo del Sol pasa por un cristal sin romperlo ni mancharlo<136>.

Fray Luis de Granada dice: "Sin dolor, sin pesadumbre, había dado a luz al fruto de sus entrañas"<137>. Y Bernardo Monsegú nos aclara: "Lo natural y lo milagroso se dan cita en la concepción y en el alumbramiento virginal de Cristo. Se sigue la vía natural de todo hombre que viene a este mundo, pero quedan ilesos e intactos los órganos maternos. Hay, pues, en la maternidad virginal de María mucho de milagroso y mucho de misterioso"<138>.

Esta idea de Bernardo Monsegú es sumamente interesante para refutar las ideas de aquellos que ven, tanto en la concepción virginal como en el parto virginal, una forma de negación a una auténtica maternidad de María y a una auténtica humanidad de Cristo. Hemos visto cómo algunos santos comparan el modo de Cristo nacer con la concepción virginal, o sea, así como Cristo fue concebido de un modo sobrenatural y milagroso, por el poder de Dios, en el vientre de María sin quebrantar su virginidad, del mismo modo fue dado a luz el que en Ella se engendró. Ahora bien, siguiendo la idea de Bernardo Monsegú, aunque el  Verbo al encarnarse no necesitó de una intervención viril, sí pudo hacer que el óvulo que María produjo quedase, por la acción viva y eficaz del Espíritu Santo, fecundado. Este óvulo, como cualquier otro óvulo fecundado por un espermatozoide, comienza el proceso normal de desarrollo. Tenemos entonces un feto, completamente humano, con todas sus características, con la diferencia de que no hizo falta la intervención de un espermatozoide para dar inicio a su desarrollo. Dios mismo, que se encarna, da un comienzo humano a lo que humanamente sería imposible dar. Así pues, si dicho desarrollo fue del todo natural no existe ningún inconveniente el que Dios quisiese nacer del mismo modo de la concepción, por medio de un parto sobrenatural y milagroso, mostrando así, como un signo, la realidad de sus dos naturalezas: la humana (por el proceso natural de desarrollo en el vientre de María) y la divina (por el modo como se efectuó la concepción y el parto virginal).

Por consiguiente, el parto virginal de María, tal como lo enseña la  Tradición y el Magisterio de la Iglesia, de ninguna manera denigra o disminuye la dignidad de la maternidad de María, al contrario, es un signo claro del querer de Dios de tener una madre completamente perfecta, no solamente en el alma, sino también en el cuerpo. Podría decir que María es un signo tangible del poder y perfección de Dios que obra maravillosamente en sus criaturas. María es promesa y seguridad de la perfección alcanzada por los bienaventurados en el cielo.

A  pesar de todo hay quienes prefieren ver en el parto de María a una mujer que sufre dolores como cualquier otra mujer que da a luz, pues, de otro modo, la maternidad no sería auténtica.

Si para que una madre sea auténticamente madre es necesario que ésta pase por dolores y que el niño nazca por vía natural, ¿qué diremos de las que se preparan para tener un parto indoloro o las que, por una razón u otra, no pueden dar a luz por vía natural y tienen que ser intervenidas quirúrgicamente por medio de cesárea? ¿A caso ya no son verdaderas madres, y sus hijos ya no son verdaderos seres humanos?

Observa atinadamente Laurentin: "En cuanto al parto indoloro (de María), que la tradición afirma sin discusión desde el  siglo IV, es bastante paradójico que se haya comenzado a discutirlo en el momento mismo en que el progreso científico instauraba el parto sin dolor para todas las mujeres; es sorprendente que ciertos teólogos y predicadores hayan comenzado a celebrar los sufrimientos crucificadores de María en el nacimiento del Salvador en el momento en que las clínicas de obstetricia se dedican a denunciar los dolores del parto como un medio alienante y deshumanizador. El signo del parto sin dolor testimonia a su modo que la virginidad es espiritualización del orden de la carne, y que María, bajo ciertos aspectos, es mujer ejemplar, mujer guía, donde puede parecer mujer de excepción"<139>.

Aunque el dogma apunta a la virginidad corporal, también comprende en sí la entrega total de María a Dios y su inmunidad de pecado contra la castidad y de movimientos de la concupiscencia desordenada. María, en su maternidad, fue requerida totalmente por Dios y se lanzó a este requerimiento sin reserva<140>.





V. ¿PARTO NATURAL  O SOBRENATURAL?

En una ocasión escuche a un sacerdote decir que eso de que María dio a luz de un modo milagroso es una manera de la gente endiosar a María. No sé de donde él habrá sacado tal disparate, lo que sí sé es que la idea de un parto virginal de modo milagroso como fruto de los libros apócrifos o de influencias gnósticas o paganas, es una acusación bien común entre los negadores del parto sobrenatural y milagroso.

Entre las dificultades que se presentan para poder aceptar esta verdad en su totalidad está la de que el hombre moderno no cree en los milagros y además es sumamente materialista<141>. La negativa de la exégesis liberal al nacimiento virginal está motivada, como se ha mencionado ya anteriormente, por convicciones filosóficas e ideológicas, conforme a las cuales no es posible una intervención milagrosa de Dios<142>.

Como también se ha mencionado ya, la Iglesia ha creído siempre que el acto mismo del nacimiento de Cristo se realizó de un modo extraordinario<143>. Por tal razón el Papa Pío XII nos dice, en su encíclica Mystici Corporis: "Ella dio la vida a Cristo Nuestro Señor con un parto admirable". Y San Ignacio de Antioquia (s.II) designa el parto virginal de María como un misterio que debe ser predicado en alta voz (Eph. 19, 1)<144>.

Dice el Papa San León Magno que "ella le dio a luz sin detrimento de su virginidad, así como le había concebido... naciendo de un seno virginal de modo milagroso..."<145>.

Según la interpretación de algunos Padres, recogida por la Liturgia, los milagros del A.T. (la zarza ardiente, el paso del mar Rojo y otros) son figura de otro prodigio mayor: del alumbramiento virginal de María, por el que establece su presencia en el mundo el mismo Dios Salvador en su Hijo hecho hermano nuestro<146>.

San  Agustín insiste en el carácter sobrenatural y milagroso del parto virginal (Agustín: serm., 215, 3-4: PL  38, 1073-1074; y Epist., 137, 2,8: PL  33, 519B)<147>.

Cándido Pozo en "Escritos  Teológicos IV" dice: "Sin duda, el milagro de la verdadera integridad corporal, no obstante el parto, puede parecer difícil a la razón humana, pero esto es común a todas las realidades misteriosas"<148>. De San Ireneo tenemos el testimonio donde afirma un parto milagroso. Igual expresión hace Clemente de Alejandría<149>.

Él no quiso nacer como los demás hombres, no porque el nacimiento normal y natural del hombre incluyese alguna mancha o sospecha, sino única y exclusivamente para que se manifestase que en Él se interrumpe el curso terreno del mundo (aunque sea el personaje más noble de este mundo quien lo haya trazado). Es desde arriba de donde cae verticalmente la imprevisible misericordia de Dios: el nacimiento del Hijo que, aun cuando tome de nuestra carne y raza lo que quiere ser, con todo es en su humanidad el puro efecto de la libre acción de Dios eterno, y como tal procede de arriba<150>.

ARMONÍA  DEL  PLAN DIVINO<151>. En la perspectiva patrística, el nacimiento virginal de Cristo "es a la vez un doble signo, que por una parte nos lleva a entrever la generación eterna continuada en él, y por otra nos introduce por los caminos misteriosamente analógicos del nacimiento de Cristo a través del bautismo en cada alma cristiana". Existe una armonía profunda entre las tres generaciones del Hijo de Dios: la eterna 'ex sinu Patris', la temporal 'ex sinu Virginis', la espiritual 'ex sinu Ecclesiae'. Su vínculo es la incorruptibilidad: "Puesto que era el Dios incorruptible el que nacía, nació de la virgen santa sin corromper su virginidad", afirma Timoteo de  Alejandría. Y, por otra parte -añade Gaudencio de Brescia-,  "no pudo violar la integridad naciendo el que había venido para reintegral la naturaleza". En la pedagogía divina, el nacimiento virginal de Cristo es el signo visible de sus otros dos nacimientos invisibles. En particular se convierte en símbolo o tipo respecto a la regeneración sobrenatural, como observa prácticamente León Magno: "El Señor Jesús... puso en la fuente del bautismo el origen que el asumió en el seno de la Virgen, dio al agua lo que dio a la madre en efecto, el mismo poder del Altísimo y la sombra del Espíritu Santo que hizo que María diera a luz al Salvador, obra de modo que el agua regenere al creyente".





VI. INTERPRETACIONES BÍBLICAS

a.  "Y me hizo volver hacia la puerta del santuario exterior, la que miraba al oriente, y estaba cerrada. Y me dijo Yahvé: Esta puerta estará cerrada; no se abrirá y no pasará nadie por ella; porque por ella ha entrado Yahvé, Dios de Israel, y permanecerá cerrada. El propio príncipe, por ser príncipe, se sentará en ella para comer el pan en la presencia del Señor; llegará por el camino del vestíbulo y saldrá por ahí mismo"  (Ez. 44, 2-3).

San Isidoro de Sevilla escribe, a comienzos del siglo VIII, un tratado apologético en que estudia las profecías del A.T. cumplidas en Cristo. Comentando este texto del profeta Ezequiel dice: "Con este testimonio confesamos que Santa María no sólo concibió virginalmente, sino que también permaneció virgen. En efecto, Nuestro Señor Jesucristo nació maravillosa y portentosamente, como un esposo que sale de su tálamo, esto es, del seno de la Virgen;…"<152>.

Aplican este texto de Ezequiel 44, 2 a María los Sínodos de Roma y Milán<153>; además Rufino, Anfiloquio y Proclo<154>; Efrén,  Teodoto de Ancina y Exiquio<155>; y también San Ambrosio 'Ep.42, 6' y San Jerónimo 'Ep. 49, 21'<156>.

b. "Antes de que llegara el parto, dio a luz; antes de sentir los dolores, tuvo un niño varón"  (Is. 66, 7).

Esta profecía de Isaías sobre el parto sin dolor es aplicada a María en su parto virginal por San Ireneo, Epid. 54; y San Juan Damasceno, 'De fide orth. IV 14'<157>.

San Justino ve en Isaías una alusión al nacimiento virginal de Cristo<158> y San Ireneo, apoyándose también en Isaías, atribuye a María un parto milagroso y sin dolor<159>.

Otros textos aplicados por Santos Padres y otros autores son los siguientes: El Cantar de los Cantares sobre el huerto cerrado y la fuente sellada (Cant. 4, 12: San Jerónimo. Adv. Iov. I 31; Ep. 49, 21)<160>; Salmo 21, 10 ("fuiste tú quien me sacó del seno") por Evagrio Póntico, Cirilo de Jerusalén, Eusebio de Cesaría y Dídimo el Ciego; y entre los occidentales, San Agustín<161>. La comparación con la "zarza ardiente" que no se consume (Gregorio de Nisa)<162>; semejante a las "puertas cerradas" del cenáculo (Hilario, Jerónimo, Ambrosio, Agustín, Crisólogo, Precio, Gregorio Magno...)<163>; y el "sepulcro" de Cristo que permaneció sellado (Efrén)<164>.





VII. COMPARACIONES  ASPECTO PARTO  VIRGINAL

Para explicar de forma intuitiva este misterio, los padres y teólogos se sirven de diversas analogías: la salida de Cristo del sepulcro sellado, el modo con que Él pasaba las puertas cerradas, como pasa un rayo de sol por un cristal sin romperlo ni mancharlo, la generación del Logos del seno del Padre, el brotar del pensamiento en la mente del hombre<165>.

Según la tradición persistente de la Iglesia, el modo de salir del  Verbo encarnado del seno materno preludiaba el modo como habría de salir del otro seno que es su sepulcro. Jesús, en efecto, resucitó dejando intactos los sellos de la tumba (Mt. 28, 2.6), sin desenvolver los lienzos funerarios en que estaba envuelto  (Jn. 20, 6-7) y luego entrar estando cerradas las puertas en el lugar en que se encontraban reunidos los discípulos (Jn. 20, 19)<166>.

El Pseudo-Epifanio es el primero en presentar la comparación entre el modo como Jesús salió del sepulcro sin romper sus sellos con la salida del cuerpo de Jesús del seno materno sin ofensa de su virginidad<167>.

San agustín tratando de explicar cómo se realiza la virginidad perpetua de María dice: "El que salió a través de puertas cerradas del sepulcro, ¿por qué no podía salir sin violar el seno materno de su madre?" Y añade dirigiéndose a nosotros: "Por la fe aceptamos lo que por la razón no podemos comprender" (sermón 190)<168>. En su lucha contra Joviniano, afirma con frecuencia esta verdad<169>.

San  Ambrosio de Milán, en su obra 'De Mysteriis' dice, dirigiéndose a los catecúmenos: "Confesamos que Cristo, el Señor, nació de una virgen y negamos aquí la ordenación natural. Pues no concibió María de varón, sino que concibió en su vientre del Espíritu Santo".  Y en otra parte dice: "María es la puerta buena que estaba cerrada y no se abría. Cristo pasó a través de ella, pero no la abrió"  (Ambrosio, De institutione virginis 8, 57: PL 16, 334)<170>.

Y  el teólogo Contenson, comparando el parto virginal con el rayo de luz, dice: "Así como la luz del sol baña el cristal sin romperlo y con impalpable sutileza atraviesa su solidez y no lo rompe cuando entra, ni cuando sale lo destruye, así el Verbo de Dios, esplendor del Padre, entró en la virginal morada y de allí salió, cerrado el claustro virginal; porque la pureza de María es un espejo limpísimo, que ni se rompe por el reflejo de la luz ni es herido por sus rayos"<171>.





VIII. EL  PARTO  VIRGINAL  COMO SIGNO

Atendiendo en especial a la virginidad en el parto, la teología tradicional ve en ella un signo y manifestación sensible de la realidad sobrenatural contenida en la maternidad divina. Es un milagro no arbitrario, sino muy congruente con el misterio de la unión hipostática (cuya trascendencia convenía fuera subrayada con una señal sensible) y muy en consonancia con toda la historia de la salvación, ya que la presencia salvífica de Dios va siempre marcada con una maravilla o portento. Así, el milagro de la zarza ardiente, el paso del mar Rojo y varios otros referidos en el  A.T., fueron -según la interpretación de algunos padres, recogida por la Liturgia- figura de otro prodigio mayor: del alumbramiento virginal de María,...<172>.

En el Nuevo Diccionario de Mariología<173> presentan bellamente el parto virginal de María como:

a)  UN SIGNO. Analógicamente a los otros prodigios narrados por los evangelios, es un signo (Is. 7,14 comentado por Mt. 1, 22-23); es un acontecimiento externo que encierra un mensaje relativo a la persona misma de Cristo.

El hecho del parto indoloro de los tiempos mesiánicos no es visto como una excepción gratuita o un capricho de la naturaleza; al contrario, tiene valor de signo, porque remite a un orden de cosas más profundo: es acreditada la palabra profética del Señor (Flavio J.); es destruido el reino de la corrupción (Apocalipsis de Baruc); es revelada la exención de las mujeres justas respecto al castigo de Eva (R. Jud b. Zebina); se anuncia, como prenda figurativa, la redención del mal que se difundirá sobre la mujer Israel, es decir, sobre todo el pueblo de Dios (R. Josue b. Levi y R Berekiab).

Es importante tomar conciencia de esta lectura teologal. El hecho remite al misterio; el signo empuja hacia la realidad significada. Pues bien, en el caso del parto de María, ¿cuál es la dimensión cristológica subrayada por tal signo?

b)  SIGNO DE QUE JESÚS ES "DIOS". El que nace de María no es una criatura de aquí abajo, sino que es Dios en forma humana. La divinidad de Cristo es la razón formal base del prodigio. Tanto Jn. 1, 13 como Lc. 1, 35 ponen en primer plano este núcleo central de la persona de Cristo. Escribe De la Potterie: "El hecho exterior del parto virginal era el signo de un hecho anterior, más secreto, la concepción virginal; pero uno y otro, tomados juntos, hacían comprender que Jesucristo, por haber sido engendrado por Dios, era realmente Hijo de Dios (Lc.), el Hijo unigénito venido del Padre (Jn.)" (Il parto verginale..., 171).

c)  SIGNO DE UN DIOS "SALVADOR". Que María no conociera los dolores del parto al dar a luz a su Hijo es un signo que se lee como los milagros de Jesús cuando cura personas oprimidas por el mal físico (ciegos, paralíticos, cojos, mudos, sordos...). En Jesús taumaturgo, el Padre nos da un anticipo de nuestra futura liberación incluso de todo genero de sufrimientos y daños corporales, que afligen y envilecen a la persona. Esto implica el reino de Dios, realizado por la presencia salvífica de Cristo (Lc. 11.20).

El parto virginal de María tiene esta carga profética. Dios es el que desde el principio anuncia el fin (Is. 46, 10). Esta estrategia de la acción divina se repite también aquí. Por el modo de entrar el  Verbo en el mundo (ese es el principio) hace comprender cual será el resultado último (ese es el fin) de su venida entre nosotros. Él aparece entre los hombres para "transfigurar nuestro cuerpo frágil y conformarlo con su cuerpo glorioso en virtud del poder que tiene de someter a sí todas las cosas" (Flp. 3, 21). Él será el artífice de la creación renovada, donde "no habrá más muerte, ni luto, ni clamor, ni pena, porque el primer mundo ha desaparecido" (Ap. 21, 4). La patrología del nacimiento indoloro de Cristo es, pues, signo de la escatología del segundo nacimiento, el de su resurrección, y de cuantos le hayan acogido por la fe. Un cuerpo glorificado, como el de Cristo resucitado, es el icono ejemplar de la redención de toda forma de sufrimiento físico y moral para la vida del mundo que vendrá. La carne de María, exenta de los dolores del parto, es la custodia en que se muestra esta esperanza escatológica. Es el principio que preludia el fin.

d)  NACIMIENTO VIRGINAL Y "RESURRECCIÓN". Según la tradición persistente en la Iglesia, el modo de salir el Verbo encarnado del seno materno preludiaba el modo como habría de salir del otro seno que es su sepulcro. Jesús, en efecto, resucitó dejando intacto los sellos de la tumba (Mt. 28, 2.6), sin desenvolver los lienzos funerarios en que estaba envuelto (Jn. 20, 6-7), y luego entrará estando cerradas las puertas en el lugar en que se encontraban reunidos los discípulos (Jn. 20, 19)...

Iluminada por la resurrección, la Iglesia (aquí representada por sus pastores y evangelizadores) se pregunta por los orígenes humanos del Redentor: "Vayamos a Belén a ver..." (Lc. 2, 15). Retrocediendo hasta Belén, la primera generación cristiana relee el signo del nacimiento a través del prisma del otro signo por excelencia que es la resurrección. Si Cristo salió del sepulcro de aquella manera para entrar en su gloria (Lc. 24, 26), entonces he aquí el problema: ¿de qué modo salió del seno de su madre para instalarse entre nosotros? A partir de aquel día comenzó la "cuestión mariana" en lo que se refiere al misterio virginal de la madre de Cristo.

El milagro del alumbramiento sin violación de la integridad viene a ser el sello con que Dios quiso patentizar la consagración íntima y absoluta de su Madre a Él<174>.





CONCLUSIÓN

Veo que la crisis de fe que sufre la Iglesia más que en elementos accidentales se fundamenta en elementos esenciales, en la substancia de la doctrina. Aunque no se puede ignorar que los cambios de elementos accidentales de nuestra fe afectan, de una forma u otra, a quienes apoyan parte de su fe en ellos. De primera instancia hay un rechazo por parte del creyente a dicho cambio, proceso natural que hay que admitir, pero el problema se agrava cuando los sacerdotes o responsables no dan una explicación y orientación adecuada a dichos cambios, o simplemente no dan una explicación.

Los cambios en la Iglesia ya para facilitar el culto, para eliminar abusos, corregir errores entre los fieles, para tener una mayor visión y responsabilidad ante la fe, se hace necesaria siempre y cuando estos cambios no afecten la esencia de la doctrina y la moral, pues se corre el peligro de queriendo salir de un extremo se caiga en el otro extremo que podría resultar mucho más peligroso.

En el caso de la virginidad de María, sobre todo en lo concerniente al parto virginal, la cosa se hace difícil y confusa cuando en el cambio de conceptos accidentales se alteran elementos esenciales que dan razón de ser a esta verdad. Un problema surge cuando a la integridad corporal ya no se le identifica como parte de la virginidad, y por tal razón la idea de un parto virginal sobrenatural y milagroso no tiene ya razón de ser, pues el que María haya dado a luz de modo natural como cualquier otra mujer no afecta su virginidad, pues esta se fundamenta en el hecho de que María concibió sin necesidad de semen viril, por lo que ella no tuvo relaciones sexuales con San José ni con ningún otro. La idea del parto virginal sería entonces consecuencia de la no unión sexual.

La realidad de los dogmas de fe se fundamentan en el misterio; la teología tratará de dar explicación hasta donde humanamente sea posible, pero jamás el entendimiento humano podrá comprender estos misterios de la fe. También se fundamentan en la realidad del hecho, en la veracidad del acontecimiento<175>.

Como se ha mencionado ya, el dogma de la perfecta y perpetua virginidad de María se divide en tres aspectos: antes del parto, en el parto y después del parto. Aunque los tres forman un todo -La Perpetua Virginidad de María- a la vez son tres aspectos distintos de esa virginidad<176>.

Cuando Mitterer interpreta el parto virginal como mera consecuencia de la no unión sexual de José y María, niega con ello el hecho mismo del misterio de la conservación de la integridad corporal de María y que la Iglesia ha enseñado y defendido por casi 20 siglos. En este aspecto el dogma pierde su sentido pues se niega el misterio y el hecho histórico del acontecimiento.

¿Qué sentido tiene el dogma en cuanto que María dio a luz en parto virginal porque concibió virginalmente? En nuestros días la ciencia ha logrado que una mujer conciba sin necesidad del acto sexual, por lo tanto, puede concebir y llevar en su vientre un ser humano sin haber perdido su virginidad por contacto sexual y el poder dar a luz sin perderla por medio de una cesárea.

Cuando se habla de un parto virginal como consecuencia de la concepción virginal, se está hablando de un parto que de ninguna forma afectaría esa virginidad, pues el parto es un proceso material que en nada afectaría la virginidad en orden espiritual como exclusivamente se la quiere ver. También, si esta virginidad se fundamenta solamente en la no unión sexual y, como añade Mitterer, en la no unión de un espermatozoide con  el óvulo materno, ¿es posible, entonces, que María hubiera podido perder esa virginidad en el proceso de dar a luz? Y si no, ¿por qué ese énfasis de muchos Santos Padres, de algunos autores y de la Tradición y Magisterio de la Iglesia de señalar como elemento de suma importancia que ni aún en el parto se perdió esa virginidad?

Así vemos, por ejemplo, como San Ignacio de Antioquía  (+107 ó +110) alude al parto, que junto a la virginidad, se realizó en el silencio de Dios, haciendo una clara distinción entre la virginidad y el proceso del parto; o en caso contrario cuando Tertuliano hace una clara diferencia en cuanto a la conservación virginal en la concepción, pero la pérdida de esta en el alumbramiento: "Virgen en cuanto al varón; no virgen en cuanto al parto". Igual idea presenta Joviniano al sostener que el nacimiento de Jesús se produjo de modo natural, corrompiéndose la virginidad de la madre al dar a luz. Esta idea de que María perdió su virginidad en el parto, como se ha visto ya, fue rápidamente condenada por el Papa San Siricio y San  Ambrosio quien enfatiza el sentido de su virginidad: "María es la puerta por la que Cristo entró a este mundo cuando fue emitido en parto virginal y no rompió el claustro de la virginidad... Buena puerta María, que estaba cerrada y no se habría. Pasó por ella Cristo, pero no la abrió. Tal era el alumbramiento que a Dios convenía" (comentario a Ezequiel 44, 1-3).

Para San Agustín el parto fue milagroso y sobrenatural ya que, a pesar de que Jesús nació con un cuerpo verdadero, María no perdió su virginidad. Para el Papa San León Magno existe una diferencia entre la concepción virginal y el parto virginal al compararlos entre sí: "Lo dio a luz sin lesión de su virginidad, lo mismo que sin lesión de la virginidad lo concibió". Y muchos otros testimonios más que, a la luz de la revelación, nos presentan dos aspectos distintos de la virginidad de María y en las que sobresale el aspecto físico de esa virginidad.

Estudiados, aunque fuese de lejos, estos tres aspectos de la Perpetua Virginidad de María podemos ver claramente las tres dimensiones referidas a cada una de ellas: la espiritual, la moral y la física o material. En cuanto a la física vemos la conservación de la virginidad en cuanto a la ausencia de la relación sexual y que a pesar de ello se da la concepción por obra y gracia del Espíritu Santo; la perfecta integridad e incorruptibilidad de la virginidad en el parto a pesar de que Jesús nace con un cuerpo perfectamente humano; y la conservación de la virginidad durante toda su vida al no tener relaciones sexuales con San José, ni mucho menos con ningún otro después de su muerte.

El dogma quiere eliminar toda posibilidad de intervención humana y manifestar, como signo, la intervención de Dios como único autor del acontecimiento que ante el sí humilde de María se revela con todo su poder de Amor y Salvación.

También uno de los argumentos para apoyar el parto normal se basa en el deseo de Cristo de querer asemejarse en todo a los hombres; pasar por todas las condiciones humanas, así el parto no podía ser la excepción, y para que se diese en Cristo todas las condiciones humanas el parto tendría que ser normal (con dolores y ruptura orgánica), pues un parto sobrenatural y milagroso eliminaría una condición del ser humano de Cristo.

Este planteamiento de que Cristo se sometió al proceso normal de un parto como todo ser humano tiene su valor en cuanto en tanto Él participa de una parte importante en el proceso de desarrollo del ser humano.

Ahora bien, este planteamiento como punto indicativo como base para apoyar el que Cristo pasó por todas las condiciones humanas implicaría una interrogante en cuanto a la concepción virginal de María, pues ésta se dio fuera de los parámetros humanos, ya que no hubo en ello una intervención viril, y por consiguiente sexual, por lo que la primera -yo diría, la más importante para que se den estas condiciones humanas- NO se realizó. ¿Quiere decir que Cristo es menos humano que los demás hombres? ¿La concepción virginal implicaría entonces un obstáculo a la perfecta, completa y real humanidad de Cristo? NO.

El que Cristo no haya pasado por el proceso normal de la concepción humana no disminuye en nada su humanidad, y su deseo de ser igual a nosotros en nada se afecta. Si se apoya como condición humana de Cristo un parto natural, este argumento pierde valor e incluso puede ser un obstáculo para la concepción virginal si vemos que es en la concepción donde el hombre comienza a ser hombre: con los 23 cromosomas maternos y los 23 cromosomas del padre, condición que en María, por fe, no se realizó, pues, los 23 cromosomas que aportó María más la acción creadora del Espíritu Santo, es quien obra el misterio de la encarnación y concepción virginal en María<177>.

Por eso apoyo y defiendo como dato histórico y enseñado por la Iglesia, que Jesús nació sin tener que pasar por las condiciones humanas de un parto natural (sin dolor ni ruptura orgánica), y esto en nada disminuye la humanidad de Cristo ni las demás condiciones por las que, como ser humano debía pasar, pues para Dios nada es imposible.

Otro punto que considero bien importante para sostener el que Dios quiso que su Madre se conservase intacta aun en el aspecto orgánico, es el siguiente: Entre las verdades reveladas por Dios y enseñadas por la Iglesia referente a la Santísima Virgen María está su singularidad, pues siendo "reconocida y venerada como verdadera Madre de Dios y del Redentor"<178>, "es la obra maestra de la misión del Hijo y del Espíritu Santo... (que) en el designio de Salvación y porque su Espíritu la ha preparado, el Padre encuentra la morada donde su Hijo y su Espíritu pueden habitar entre los hombres"<179>.

Es singular porque "redimida de modo eminente, en previsión de los méritos de su Hijo, y unida a Él con un vínculo estrecho e indisoluble, está enriquecida con la suma prerrogativa y dignidad de ser la Madre de Dios Hijo, y por eso hija predilecta del Padre y sagrario del Espíritu Santo; con el don de una gracia tan extraordinaria aventaja con creces a todas las otras criaturas, celestiales y terrenas"<180>.

Y porque "enriquecida desde el primer instante de su concepción con el resplandor de una santidad enteramente singular..."<181>,  "María es cantada y presentada en la Liturgia como el trono de la "Sabiduría"<182>.

"En ella comienzan a manifestarse las "maravillas de Dios", que el Espíritu va a realizar en Cristo y en la Iglesia"<183>.

Ahora bien, si partimos de la realidad de nuestro ser integral donde el cuerpo y el alma forman una unidad de naturaleza<184>,  "un ser compuesto de espíritu y cuerpo..."<185>, y siendo María un miembro de nuestra raza humana con todas sus cualidades humanas: todas sus perfecciones y privilegios, no solamente deben referirse a su alma espiritual, sino también, como parte integral de ella, a su cuerpo; pues ella, que  "recibió al Verbo de Dios en su alma y en su cuerpo"<186>, no podía ser imperfecta en cuanto al cuerpo, sino que queriendo Dios que su Madre fuese perfecta en todo, tanto en el alma como en el cuerpo, podemos ver en el milagro de un parto sobrenatural (sin dolor y sin ruptura orgánica) un signo de que Dios se ha hecho presente entre nosotros, se ha hecho presente en nuestra historia. Un signo por el que "la Iglesia ha alcanzado en la Santísima Virgen la perfección, en virtud de la cual no tiene mancha ni arruga"<187>.






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