Por: Antonio Royo Marín, OP
Ante la pregunta ¿Dios existe?, primero hay que responder ¿Qué Dios? ¿Cómo tú entiende o concibes es esa divinidad? Pues muchos que niegan a Dios, el concepto que de él tienen se aleja infinitamente del verdadero Dios. También, el tener una idea clara del verdadero Dios, ayudará a identificar la religión verdadera por medio de la cual se ha revelado y dado a conocer. Leamos de Antonio Royo Marín, O.P., gran teólogo español exponiendo, con la mayor claridad posible, esta doctrina.
Como es sabido, de Dios sabemos mucho mejor lo que no es que lo que es. La razón de esto es la infinita grandeza y la trascendencia soberana del Ser divino, que rebasa y rompe por completo el molde de los conceptos positivos en los que la inteligencia humana conoce y encierra las realidades creadas. Dios no cabe ni puede caber en una especie inteligible creada, por muy alta y perfecta que se la conciba.
De todas formas, siquiera sea de una manera analógica y muy imperfecta, algo podemos llegar a conocer de la naturaleza íntima de Dios, incluso con la simple razón natural.
Tenemos para ello un doble camino:
1. La vía de remoción de imperfecciones, excluyendo de Dios todas las imperfecciones de los seres creados, manifestando con ello lo que no es Dios (vía negativa); y...
2. la vía de eminencia, atribuyendo analógicamente a Dios, en grado eminente e infinito, todas las perfecciones que descubrimos en los seres creados, para vislumbrar un poco lo que es (vía positiva).
Discurriendo por estas dos vías, podemos señalar filosóficamente algunos atributos de Dios, si bien el conocimiento más perfecto que de Él tenemos proviene de la divina revelación.
I. La esencia de Dios
Como veremos al hablar de los divinos atributos, Dios es el Ser simplicísimo, absolutamente incompatible con toda composición y multiplicidad. Pero como nuestro conocimiento humano es de suyo discursivo y no podemos abarcar de un solo golpe toda la cognoscibilidad de un ser, nos vemos obligado a estudiarlo por partes, estableciendo multiplicidad y división incluso en el Ser simplicísimo de Dios. Es una imperfección radical de nuestra manera discursiva de conocer, imposible de superar en este mundo. Únicamente en el cielo, cuando contemplemos
intuitivamente la esencia de Dios tal como es en sí misma (visión beatífica), le conoceremos de manera semejante a como se conoce Él: «Sabemos que, cuando aparezca, seremos semejante a Él, porque le veremos tal cual es» (1Juan 3, 2).
Los filósofos suelen distinguir entre lo que llaman esencia metafísica y esencia física de un ser. La esencia metafísica consiste en aquella propiedad o predicado que concebimos como el primero y más noble de todos y como fuente y principio de todas las demás perfecciones de ese ser; así el ser animal racional constituye la esencia metafísica del hombre. La esencia física consiste en el conjunto de todas las propiedades y perfecciones que corresponden a un ser en el orden real.
Vamos a precisar ambos aspectos con relación a la esencia divina.
A. Esencia metafísica de Dios
Santo Tomás y con él la gran mayoría de los teólogos, sobre todo modernos, ponen la esencia metafísica de Dios en la aseidad, o sea en el hecho de que Dios existe por sí mismo (a se) y no por otro; esto es, en el hecho de que es el Ser subsistente por sí mismo, sin que deba a nadie su existencia. Su esencia y su existencia son una sola y misma realidad.
El mismo Dios, al contestar a Moisés desde la zarza ardiente, nos dijo cuál es su verdadero nombre, o sea con qué palabra se puede expresar mejor su propia esencia: “Y dijo Dios a Moisés: Yo soy el que soy. Así responderás a los hijos de Israel: Yo soy me manda a vosotros... Este es para siempre mi nombre; este mi memorial de generación en generación” (Ex. 3, 14-15).
Ahora bien: la fórmula Yo soy el que soy expresa con toda claridad que la esencia misma de Dios consiste en la plenitud infinita del ser, en el Ser mismo, el abismo infinito del ser, el piélago insondable del ser: pelagus essentiae.
Así mismo se ha revelado Dios algunas veces a sus santos. Un día se mostró Dios en la oración a Santa Catalina de Siena y le dijo: «¿Sabes, hija mía, lo que eres tú y lo que soy yo? Si aprendes estas dos cosas, serás muy dichosa: Yo soy el que soy, tú eres la que no eres».
La «aseidad» o subsistencia del ser divino en sí y por sí mismo reúne las tres condiciones que debe tener todo constitutivo metafísico, a saber:
1. Es lo primero que distingue a Dios de los seres creados. Todos ellos son limitados y finitos, todos tienen fuera de sí mismos la causa de su ser y la razón de su existencia. Sólo Dios es el Ser subsistente por sí mismo, o sea que tiene dentro de sí mismo la razón de su propia esencia y existencia.
2. Es lo primero por lo que Dios se constituye en su propio ser divino. Nada se concibe ni puede existir en un ser antes de su propia existencia, como es obvio. Pero como Dios no ha podido recibir la existencia de nadie, síguese que el existir por sí mismo -o sea la aseidad- es absolutamente lo primero por lo que Dios se constituye en su propio ser divino.
3. Es la raíz y origen de todas las demás perfecciones divinas.
Porque Ser subsistente por sí mismo significa ser ilimitado e infinito; y el ser infinito comprende toda la perfección del ser, en la cual están incluidas todas las demás perfecciones.
B. Esencia física de Dios
1. La esencia física de Dios consiste en el cúmulo de todas las perfecciones en grado infinito. En efecto: todos cuantos bienes y excelencias creadas pueden atraer la mirada del hombre y arrastrar su pobre corazón en este mundo, son, en realidad, menos que una brizna de paja ante el tesoro rigurosamente infinito de las perfecciones divinas que algún día contemplaremos arrobados en el cielo. La belleza, el amor, los placeres, riquezas, honores, etc., que ejercen ahora su influjo en el hombre de manera tan avasalladora, empujándole con harta frecuencia por los caminos del pecado que conducen a la eterna ruina, no tendrían poder alguno sobre nosotros si cayéramos en la cuenta de su inconmensurable pequeñez y miseria. El mundo es «un museo de copias» borrosas e imperfectas: el original de todo cuanto existe está en Dios. Sólo Dios -piélago insondable de todas las perfecciones- puede llenar por completo el corazón humano, anegándole en una felicidad inenarrable, plenamente saciativa y eterna.
2. El cúmulo infinito de todas las perfecciones no compromete en nada la infinita simplicidad de Dios, ya que todas las perfecciones divinas se identifican realmente entre sí y con la esencia misma de Dios, distinguiéndose tan sólo con una distinción de razón.
Como veremos ampliamente en el capítulo siguiente, Dios es el ser simplicísimo incompatible con cualquier composición. En Él no hay composición de partes cuantitativas, porque no es cuerpo; ni de materia y forma, que sólo son modalidades imperfectas y limitadas del ser; ni de esencia y existencia, porque, siendo el ser necesario, su ser y existir son una sola y misma cosa; ni de género y diferencia, porque el Ser subsistente e infinito domina y está por encima de todos los géneros del ser; ni de substancia y accidente, porque la substancia infinita, soberanamente determinada por sí misma, no es susceptible de ulteriores determinaciones. Es, pues, absolutamente uno y simple, sin que sea posible en Él la menor composición de cualquier naturaleza que sea.
Las perfecciones divinas (inmensidad, bondad, justicia, misericordia, etc.) se identifican realmente entre sí y con la esencia divina. Se distinguen, sin embargo, con una distinción de razón, puesto que nuestro entendimiento -limitado e imperfecto- concibe y expresa esas perfecciones a base de conceptos distintos, si bien en la esencia divina se confunden con una sola y mismísima realidad.
II. Los atributos divinos
Precisada en el capítulo anterior la naturaleza de Dios en su constitutivo metafísico y físico, vamos a abordar ahora el estudio detallado de los principales atributos divinos tal como los descubre la razón natural por sí misma y, sobre todo, iluminada por las luces de la fe.
Los atributos o propiedades divinas son perfecciones que, según nuestro modo analógico de pensar, brotan de la esencia metafísica de Dios y se añaden a ella. En efecto, nosotros solamente podemos conocer «de manera fragmentaria» (1Cor. 13, 9) la infinita riqueza ontológica de la simplicísima esencia de Dios mediante una multitud de conceptos inadecuados, por los cuales vamos comprendiendo una por una diversas perfecciones divinas.
He aque, pues, los nueve principales atributos divinos que vamos a estudiar en otros tantos artículos: 1. Simplicidad de Dios; 2. Perfección infinita; 3. Bondad infinita; 4. Belleza o hermosura; 5. Infinidad; 6. Inmensidad y ubicuidad; 7. Inmutabilidad; 8.Eternidad; 9. Unicidad.
A. Simplicidad de Dios
Noción de simplicidad. En el sentido que aquí nos interesa, se entiende por simplicidad (del latín «simplicitas» - quasi sine plica, sin pliegues) la carencia de composición o de partes. Aplicada a Dios, la simplicidad significa que Dios es una substancia simplicísima, que carece en absoluto de toda composición o parte.
Noción y clases de composición. Una cosa es o se llama compuesta cuando consta de varios elementos o partes unidos entre sí para formar un todo. Puede definirse: la unión actual de elementos distintos que forman un todo.
En la naturaleza podemos distinguir tres clases de composición: física, metafísica y lógica.
a) Composición física es la que consta de partes físicas o realmente distintas entre sí, ya sean substancias (como la materia y la forma), ya cuantitativas o accidentales. Es propio de las cosas materiales.
b) Composición metafísica es la que consta de partes metafísicas tales como la potencia y el acto, la esencia y la existencia, la naturaleza y el supuesto, la substancia y los atributos, o los atributos que se distingan realmente entre sí.
c) Composición lógica es la que afecta a todos los seres que constan de género y diferencia específica.
Doctrina Católica 1. Dios es absolutamente simple, de suerte que hay que excluir de Él toda clase de composición, ya sea física, metafísica o lógica. (De fe - es decir, doctrina definida por la Iglesia.)
Escuchemos a un gran teólogo (Angelo Zacchi, O.P.) exponiendo esta doctrina.
«Cuando decimos que Dios es absolutamente simple, queremos decir que excluye cualquier género de composición.
Si se supusiera a Dios compuesto de algún modo, habría que negar sus atributos fundamentales, y Dios ya no sería Dios.
En efecto: Dios es el primer principio de todas las cosas y, por lo mismo, absolutamente independiente, causa no causada, ser infinito. Lo hemos ya demostrado. Pero todo ser compueto, por el contrario, es dependiente, causado y finito. Dependiente, porque es siempre posterior, al menos por naturaleza, a las partes a las que resulta, y no puede subsitir sin ellas. Causado, porque, constituyendo siempre una determinada combinación de partes, supone una causa capaz de idearla y de realizarla.
Finito, en fin, porque mientras las partes de un compuesto poueden siempre ser aumentadas o disminuidas sin límite, el infinito, por el contrario, no es susceptible de aumento ni disminución. Por otra parte, todo compuesto, teniendo partes finitas, o sea, partes que se completan y se limitan mutuamente, es necesariamente finito, ya que, por mucho que se multipliquen los elementos finitos, no podrán jamás formar el infinito. Por consiguiente, si los caracteres fundamentales de Dios están en manifiesta oposición con los de cualquier cosa compuesta, es imposible que Dios conste de partes y hay que concluir que es absolutamente simple.
Removiendo, pues, de Dios toda suerte de composición, hemos de considerarlo, ante todo, libre de toda composición física, que implican partes substanciales realmente distintas, como podemos ver en los cuerpos.
Dios no es ni un compuesto substancial corpóreo ni ninguno de sus elementos constitutivos. Dios no tiene forma humana, y no es ni materia ni la forma del universo sensible. Todo esto implicaría límites e imperfecciones incompatibles con el ser perfectísimo. Por eso Dios es puro espíritu.
En segundo lugar, hemos de considerar a Dios inmune de toda composición metafísica de potencia y de acto, de esencia y de existencia, de substancia y de atributos, de sujeto y de accidentes. Es acto puro de toda clase de potencia. Es por naturaleza el Ser. Todo lo que hay en Él es su propia mismísima substancia. En lugar de decir que tiene la verdad, la bondad, la justicia, etc., deberiamos decir, con mayor exactitud, que es la misma verdad, la misma bondad, la misma justicia. Sus atributos no se distinguen realmente de su esencia, y, por los mismo, tampoco se distinguen entre sí. Esto no es obstáculo, sin embargo, para que nuestro entendimiento, impotente para comprender la esencia infinita de Dios, pueda distinguir en ella varias perfecciones con pleno derecho y fundamento. Los nombres con los cuales pronunciamos estas perfecciones no son, por tanto, meros nombres sinónimos que indican un idéntico objeto, sino nombres distintos que indican diversos aspectos de una misma cosa. Toda la luz, que se funde en Dios es una síntesis inefable, se difunde en nuestra mente en múltiples rayos.
Las mismas razones que nos hacen excluir de Dios toda composición metafísica de acto y de potencia, nos obligan a excluir también toda composición lógica de género y diferencia espesífica, porque el género se relaciona con la diferencia, que lo completa y determina, como la potencia al acto. Dios no puede ser encerrado en los confines de cualquier categoría, porque las trasciende y las contiene todas de modo eminente.
Cualquier tentativa de encontrar algún punto común entre Él y las demás cosas, en el ser o en la substancia, es vana e inútil, porque no hay nada de verdaderamente unívoco entre Él y las demás cosas. Todas las otras cosas tienen el ser, una parte del ser; sólo Él es el Ser y lo posee todo.
Todas las otras substancias son creadas y dependientes; sólo la substancia divina es increada, subsiste en sí misma y por sí misma.
Excluyendo de Dios toda composición de género y diferencia espesífica -elementos indispensables de cualquier definición-, resulta imposible dar de Dios una definición propiamente dicha. Dios es infinitamente superior a todo cuanto podamos decir de Él, infinitamente inefable».
Doctrina católica 2. La substancia divina no entra en composición alguna con la substancia del mundo. Dios es real y esencialmnente distinto del mundo. (De fe.)
Esta conclusión, expresamente definida por la Iglesia, se opone radicalmente al gran error panteísta, que enseña que Dios es todas las cosas y todas las cosas son Dios.
Escuchemos a otro autor, al docto y piadoso Sauvé: «En Dios no hay distinción de partes ni diviciones materiales; esto es demaciado evidente. Lejos de Él toda dimención. Por su naturaleza se halla fuera e infinitamente por encima de las limitaciones del espacio y de los cuerpos. El mismo espacio no es sino una criatura suya, como las demás cosas; el espacio, como el cuerpo, no subsisten sino por la influencia de la divina Inmensidad. Y Dios no cae bajo el espacio, como no cae bajo el tiempo al crear el tiempo y el espacio y conservarlos; como no se hace criatura produciendo o conservando en la existencia el tiempo y el espacio con todos los seres que los pueblan.
Aun en los mismos ángeles, que por su naturaleza no están sometidos al espacio ni al tiempo, la simplicidad no es enteramente perfecta; de suerte que, por ejemplo, su voluntad y su inteligencia no se confunden, su acción no es su substancia, y en ellos son cosas diferentes la gracia y la gloria y la naturaleza. En Dios, por el contrario, siendo espíritu puro por excelencia, no hay sombra de estas distinciones o diviciones; su inteligencia es realmente su voluntad, su eternidad y su inmensidad se identifican con su actividad inmanente e inmovilidad. Y los atributos que parecen más opuestos, por ejemplo, su justicia y su misericordia, su amor y su enojo, su poder y su mansedumbre, no se distinguen en sí mismos realmente, sino sólo virtualmente (según dicen los teólogos) por sus efectos y por el modo como los concibe nuestra inteligencia. En el fondo, la naturaleza divina y sus perfecciones no son sino una simplicísima realidad inefable y adorable...»
B. Perfección infinita de Dios
Noción de perfección. La palabra perfección viene del verbo latino perficere (hacer hasta el fin, hacer completamente, terminar, acabar), de donde sale perfectum (perfecto, lo que está terminado, acabado) y
perfectio (perfección, cualidad de perfecto). Una cosa se dice perfecta cuando tiene todo el ser, toda la realidad que le conviene según su naturaleza.
Un ser es tanto más perfecto cuanto menos tiene de potencia y más de acto. Porque la potencia es capacidad para adquirir alguna perfección, mientras que el acto consiste en la posesión real de esa misma perfección.
De donde se deduce, ya sin más, que Dios, Acto purísimo sin sombra de potencia alguna, tiene que ser forzosamente perfectísimo; mientras que todos los demás seres -mezcla de potencia y de acto- son esencialmente perfectibles, pero no absolutamente perfectos. Lo que les quede de potencia, eso les falta de perfección; y como nunca desaparecerá de ellos algún aspecto potencial, síguese que la perfección absoluta es imposible a los seres creados. Ella es patrimonio exclusivo de Dios, en el que todo es Acto puro, sin sombra ni vestigio de potencialidad alguna.
Nota. Por eso es de fe que Dios es infinitamente perfecto, sin sombra de potencialidad ni de accidentes ni nada que lo asemeje a los entes físicos, al contrario, las perfecciones de los seres físicos o materiales (e incluso los seres espirituales creados) son a semejanza de su Creador.
C. Bondad infinita de Dios
Noción de bien y de bondad. El bien, en cuanto se identifica real y trascendentalmente con el ser, no puede definirse propiamente. Podemos pdecir, sin embargo, que el bien es aquella cualidad del ser que le hace grato y apetecible; o, como decía Aristóteles, es aquello que todos apetecen. Esta sencilla fórmula expresa el fundamento objetivo, la razón formal y el efecto de la bondad:
1. Fundamento objetivo. El bien, contemplado en las cosas, consiste en aquella conveniencia o perfección fundamental por la cual la cosa es apta para alcanzar su propio fin o el fin de otro, haciéndola buena para sí
o para otro.
2. Razón formal. Esta conveniencia excita, atrae y mueve al apetito, y, por eso, el bien se diferencia específica y formalmente de lo verdadero, que se refiere no al apetito, sino a la facultad cognoscitiva.
3. Efecto.
a. El bien mueve al apetito en el que engendra el amor. Lo verdadero, en cambio, engendra el conocimiento en la facultad cognoscitiva.
b. El bien se identifica trascendentalmente con el ser. De donde resulta que, en mayor o menor grado, todos los seres son buenos.
c. Es imposible que exista un ser esencialmente malo -un dios del mal-, ya que el mal, en cualquiera de sus manifestaciones (físico o moral), necesita como soporte indispensable un ser a quien afecte; y ese ser, en cuanto ser, es una realidad positiva y, por lo mismo, buena. Los mismos demonios y condenados del infierno son buenos en cuanto seres, aunque sean malos por su voluntad depravada aferrada al pecado.
Diferentes clases de bienes.
1. Por razón del objeto sobre el que recae, la bondad se divide en metafísica, física y moral, según afecte trascendentalmente a todos los seres, o se trate de la perfección debida a una cosa individual (ejemplo: una buena pluma es la que escribe perfectamente bien), o se refiera a los actos morales (ejemplo: la limosna es una buena acción).
2. Por razón de la verdad, el bien puede ser verdadero o aparente.
a. Se entiende por bien verdadero el que lo es real y objetivamente (ejemplo: amar a Dios, socorrer al necesitado, honrar a los padres, etc.).
b. Por el contrario, se llama bien aparente al que no lo es en realidad, aunque engañe con frecuencia a los hombres presentándose como verdadero (ejemplo: los placeres desordenados).
Nota. Los placeres en sí mismos no son malos, e incluso son necesarios, como por ejemplo para la preservación de la vida (el gusto por comer) o el de la misma especie (el placer sexual); el gusto del saber intelectual y del ejercicio físico, o el de las bellas artes.
3. Por razón del fin, el bien se divide en honesto, útil y deleitable.
Doctrina católica. Dios es infinitamente bueno, con bondad ontológica, esencial o absoluta; con bondad moral o santidad, y con bondad bienhechora o de beneficencia. (De fe.)
1. Ontológica, o esencial y absoluta, es la bondad divina en sí misma, o sea, el mismo Ser subsistente en cuanto infinitamente apetecible.
Nota. Nos dice la Escritura: “Vean y prueben lo bueno que es el Señor”; y el apóstol san Pablo: “Ni el ojo vio ni el oído escuchó lo que Dios tiene reservado para los que le aman”.
2. Moral, llamada también santidad, consiste en la carencia de pecado y en la perfección de todas las virtudes.
Nota. Jesús nos invita y exige que debemos de aspirar a ser “perfectos y santos como lo es vuestro Padre celestial”.
3. De beneficencia significa la inclinación de la voluntad a hacer el bien a los demás.
Nota. Jesús nos dice y enseña que “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su único Hijo para que por él seamos salvos.”
D. Hermosura infinita de Dios
Noción de hermosura. Lo bello o hermoso es aquello cuya vista agrada y deleita. Resulta de una combinación armoniosa y esplendente de lo bueno y lo verdadero.
Según Santo Tomás, para que haya belleza se requieren tres condiciones:
1. Integridad o perfección, porque lo incompleto e imperfecto no es bello, sino más bien feo y deforme.
2. Proporción y armonía, porque sin ellas el objeto continúa deforme y no puede agradar al que lo vea.
3. Claridad, o cierto resplandor del objeto que cautiva al que lo contempla; y así, por ejemplo, llamamos bellas las cosas que tienen un nítido color.
Nótese, sin embargo, que estas características se refieren más bien a las cosas sensibles o materiales. Por encima de esta belleza material, y de un modo incomparablemente más perfecto, se da la belleza espiritual, que, captada por el entendimiento, le llena de agrado y deleita. A Dios corresponde la belleza en este último sentido y en grado supremo o infinito.
Nota. Uno de los objetos de máximo placer y gozo de los bienaventurados en el cielo, después del amor y la bondad, es la contemplación de la infinita belleza y hermosura de Dios que deleita y satisface a plenitud la necesidad y búsqueda de la felicidad del corazón de la criatura racional (tanto humana como angélica).
Y así, los bienaventurados que en este mundo no fueron físicamente agraciados en belleza, resplandecerán con una hermosura tal, que superarán, de modo inimaginable, al ser más bello que haya existido en este mundo.
E. Infinidad de Dios
Noción y división de infinito. Infinito es aquello que no tiene término ni límites. Pero esto puede entenderse en sentido absoluto o en sentido relativo:
1. Infinito absoluto es aquel que no tiene término ni límite alguno ni en potencia ni en acto. Es, como veremos, propio y exclusivo de Dios.
2. Infinito relativo (llamado también indefinido) es aquel que no tiene límites en potencia, pero sí en acto, o sea que en sí mismo es siempre limitado. Tal es el llamado infinito matemático (el número, la línea o la extensión) que no tiene límites en potencia (ya que el número, la línea o la extensión pueden crecer indefinidamente, sin alcanzar jamás un término infranqueable), pero sí en acto, o sea que de hecho en sí mismo es siempre limitado, sin que pueda existir infinito en la realidad, ya que es imposible un número, una línea o una extensión actualmente infinita, o sea que no pueda ser mayor.
Nota. Ni el universo, ni tan siquiera el espacio que lo contiene, es infinito.
Por eso, según la teoría de la Relatividad de Einstein y, con ella, la Teoría del Big Bang, enseña que el universo (materia, energía, tiempo y espacio) tiene unos límites pues su origen se remonta al primer instante del Big Bang. De aquí también que la Teoría de la Relatividad también enseña que el universo es cuatridimensional, es decir, que es finito aunque ilimitado, pues no posee bordes, como una esfera. (No importa en que parte del universo te encuentres, siempre tendrás la impresión de ver, en cualquier dirección, hacia lo infinito, aunque éste no lo sea).
El argumento fundamental para demostrar la infinitud de Dios es el hecho de que sea el Ser subsistente por sí mismo, o sea la plenitud absoluta del Ser, que no está limitado ni coartado absolutamente por nadie ni en ningún sentido.
F. Inmensidad y ubicuidad de Dios
Noción de inmensidad y de ubicuidad. Aunque a veces se usan indistintamente las palabras inmensidad y ubicuidad, no significan exactamente lo mismo.
1. Inmensidad, en el sentido teológico que aquí nos interesa, significa la aptitud del ser divino para existir en todas las cosas y en todos los lugares. Es la omnipresencia aptitudinal o potencial que se daba ya en.Dios antes de la creación del mundo, a pesar de que entonces no estaba Dios presente en ningún lugar, ya que no existía todavía lugar alguno. Dios inmenso estaba presente en sí mismo, no en las cosas, que todavía no existían.
2. Ubicuidad, en cambio, significa la presencia actual de Dios en todas las cosas y lugares. Supone la creación y existencia de las cosas.
Es, sencillamente, la omnipotencia actual de Dios en todo cuanto existe.
Distintas maneras de presencia. En el orden natural y filosófico cabe distinguir una triple manera de estar presente en una cosa o lugar:
1. Por presencia, visión o conocimiento, cuando las cosas están presentes ante nuestra mirada o conocimiento. En este sentido se dice que los alumnos de una clase están presentes a la mirada de su profesor, que los está viendo a todos desde su tarima.
2. Por potencia, influjo o poder, cuando se deja sentir el poder o influjo de una persona en algún lugar aunque no esté materialmente presente en él. Y así, por ejemplo, el poder del rey se extiende a todos los lugares de su reino aunque no esté personalmente presente en todos
ellos.
3. Por esencia o substancia, cuando una cosa está realmente presente en el lugar que ocupa.
Como veremos, Dios está presente en todas las cosas de este triple modo.
Dios está en todas partes por esencia, presencia y potencia. He aquí el breve y contundente razonamiento de Santo Tomás: “Dios está en todas partes por potencia en cuanto que todos están sometidos a su poder. Está por presencia en cuanto que todo está patente y como desnudo a sus ojos. Y está por esencia en cuanto está en todos como causa de su ser,...”
1. Por potencia, en cuanto que todas las cosas las tiene sometidas a su poder. Con una sola palabra las creó y con una sola podría aniquilarlas todas.
2. Por presencia, en cuanto que Dios tiene continuamente ante sus ojos todos los seres creados, sin que ninguno de ellos pueda substraerse un solo instante de su mirada divina.
De día o de noche, con la luz encendida o apagada, estamos siempre ante la mirada de Dios. Cuando pecamos, lo hacemos ante Dios, cara a cara de Dios.
3. Por esencia, en cuanto que Dios está dando el ser a todo cuanto existe. No existe ni puede existir un ser creado que no esté de esta manera repleto de Dios. En este sentido, Dios está presente incluso en un alma en pecado mortal y hasta en el mismo demonio. Si Dios se retirara de un ser cualquiera -retirando, por consiguiente, su acción conservadora, que equivale a una creación continua-, al punto ese ser volvería a la nada, quedaría completamente aniquilado. Por eso ha podido escribir un pensador con frase gráfica que, “si Dios pudiera dormirse, despertaría sin cosas”.
Cuando cometemos un pecado, estamos ofendiendo a Dios en el momento mismo en que nos está dando el ser. Es imposible imaginar una ingratitud mayor.
Verdad teológica de la presencia de Dios. No es una ilusión del alma, sino una verdad dogmática y de fe, que estamos continuamente en presencia de Dios. En Teología se distinguen hasta cinco maneras distintas de presencia de Dios:
1. Presencia de inmensidad. Como hemos visto, es la virtud divina de estar realmente presente en todas las cosas -et intime, dice Santo Tomás-, hasta en un pequeño granito de arena.
2. Presencia de inhabitación. Es una presencia especial realizada por la gracia y las operaciones de ella procedentes en virtud de la cual Dios está presente en el alma justificada en calidad de amigo, haciéndola participante de su propia vida divina.
3. Presencia sacramental. Es la que tiene Jesucristo en el sacramento de la Eucaristía. En virtud de la consagración eucarística, Jesucristo está realmente presente bajo las especies de pan y vino, aunque con una presencia especialísima, que prescinde de la extensión y el espacio.
4. Presencia personal o hipostática. Es propia y exclusiva de Jesucristo. En virtud de ella, la humanidad adorable de Cristo subsiste en la persona misma del Verbo. Por eso, Cristo es personalmente el mismo Dios, la segunda persona de la Santísima Trinidad hecho hombre.
5. Presencia de visión o de manifestación. Es la propia del cielo.
Dios está presente en todas partes; pero no en todas se deja ver, sino sólo en el cielo, ante la mirada atónita de los bienaventurados (visión beatífica). Sólo allí se manifiesta Dios cara a cara.
Ahora bien, de estas cinco presencias, las que más directamente afectan al ejercicio de la presencia de Dios son las dos primeras, o sea la presencia de inmensidad y la de inhabitación. La primera nos sigue a todas partes aun cuando el alma estuviera en pecado mortal; la segunda es también habitual y permanente, pero sólo para las almas en gracia.
G. Inmutabilidad de Dios
Nociones previas. La inmutabilidad es un concepto radicalmente opuesto a todo cambio o mutación. Aplicado a Dios, consiste en aquel atributo divino en virtud del cual Dios permanece siempre el mismo, sin experimentar jamás la menor inmutación o cambio de cualquier naturaleza que sea.
Clases de inmutabilidad. La inmutabilidad puede referirse a cualquiera de los tres órdenes de mutaciones que pueden considerarse en los seres, a saber, metafísica, física y moral.
1. Mutación metafísica es aquella cuyo término formal es el ser en cuanto ser, ya sea produciéndolo de la nada (creación), o cambiándolo en otro ser (transubstanciación), o destruyéndolo en cuanto tal (aniquilación).
Propiamente hablando, en la creación y aniquilación no hay movimiento o mutación, porque en la primera falta el punto de partida (la nada no existe), y en la segunda el término de llegada (por la misma razón).
2. Mutación física es aquella que afecta a un sujeto real que permanece bajo la mutación o cambio. Se subdivide en substancial, si el cambio o mutación afecta a la substancia misma de una cosa (ejemplo, la materia prima cambiando de forma substancial.
Nota, la madera que el fuego cambia en carbón, el átomo de hidrógeno que una estrella cambia en helio), y accidental si el cambio afecta únicamente a algunos de sus accidentes (ejemplo, al color, tamaño, lugar donde se encuentra, etc.).
3. Mutación moral es la que afecta a las operaciones de la voluntad (ejemplo, cambiándose de buena a malo, o el amor en odio).
Doctrina católica. Es de fe que Dios es absolutamente inmutable, o sea, no sufre ni puede sufrir mutación alguna de cualquier naturaleza que sea. Y, según esta verdad, es completamente cierto que, la inmutabilidad
absoluta es propia y exclusiva de Dios, de suerte que todas las criaturas son de suyo mudables, extrínseca o intrínsecamente.
Solución de las dificultades. Aunque la doctrina de la absoluta inmutabilidad de Dios es del todo clara y evidente, plantea, sin embargo, algunas deficultades prácticas, cuya solución nos ayudará a comprender mejor el verdadero alcance de este atributo divino.
1. Dificultad: Dios odia al pecador que antes amó. Sabemos, en efecto, que Dios ama al hombre virtuoso y odia al pecador. A Judas lo amaba cuando, con buena voluntad, seguía al Maestro; pero tuvo que odiarlo cuando le traicionó. Luego parece que Dios cambia o se muda.
Respuesta. Esta dificultad se desvanece si consideramos que Dios ama siempre la virtud y odia siempre el pecado dondequiera que estén. Por eso amó a Judas cuando se guarecía bajo la virtud, y le odió cuando el mismo Judas se metió en el ámbito, odiado por Dios, del pecado. Todo el cambio lo realizó el mismo Judas, pasándose de la virtud al pecado. Dios
permanece inmutable, amando el bien y odiando el mal donde quiera que estén.
2. Dificultad: Dios se convirtió en Creador. Dios creó al mundo en el tiempo. Luego de no Creador pasó a Creador. Luego hubo en Él un cambio o mutación.
Respuesta. Dios pensó crear el mundo desde toda la eternidad, y el mundo empezó a existir cuando Dios había decretado que existiera. El decreto de crear, que es lo intrínseco de Dios, es tan eterno como Dios.
La ejecución de ese decreto, que es lo extrínseco de Dios, fue temporal, es decir, tuvo lugar en el tiempo.
Un ejemplo aclarará estas ideas. Un hipnotizador manda al hipnotizado que a los ocho días realice tal acción. Éste así lo hace, aunque el hipnotizador ni se acuerde ya, ni piense más en la orden que dio, y aunque se haya muerto. Así Dios Creador: el mundo aparecerá en el tiempo en virtud del decreto eterno de Dios. Este decreto de crear y su ejecución en el tiempo, ninguna acción ni operación nueva suponen en Dios. La aparición del mundo exige, naturalmente, una transformación total en la criatura, que pasa del no ser al ser; pero no pone en Dios cambio ninguno, sino únicamente le añade una mera denominación: la de Creador.
3. Dificultad: El milagro y la oración. El milagro altera las leyes de la naturaleza que el mismo Dios señaló; luego Dios cambia de parecer al realizar esa excepción de sus propias leyes. Dígase lo mismo de la oración, con la cual tratamos de conseguir alguna gracia que quizá no conseguiríamos sin ella; luego la oración hace cambiar los designios de Dios sobre nosotros.
Respuesta. Desde toda la eternidad, Dios decretó las excepciones de las leyes naturales que se habrían de realizar en el tiempo (milagros) y las gracias que concedería a nuestra oración humilde y perseverante. Lo intrínseco a Dios (el decreto) es eterno e inmutable; su ejecución en el tiempo es lo único que experimenta la mutación.
4. Dificultad: La encarnación del Verbo. Es de fe que el Verbo divino se hizo hombre. Luego empezó a ser lo que antes no era. Luego el Verbo divino experimentó un cambio o mutación.
Respuesta. La encarnación no produjo ningún cambio o mutación en la naturaleza divina ni en la Persona del Verbo, sino únicamente en la humanidad de Cristo que fue asumida o levantada por el Verbo a la unión personal con Él.
5. Dificultad: El lenguaje de la Sagrada Escritura. Acercarse y alejarse presuponen movimiento, y la Escritura atribuye estas cosas a Dios, pues dice el apóstol Santiago: “Acercaos a Dios y Él se acercará a vosotros” St. 4, 8.
Respuesta. La Escritura aplica a Dios esas expresiones en sentido metafórico. A la manera como decimos que el sol entra o sale de una casa cuando sus rayos penetran o no en ella, Así se dice también que Dios se acerca o se aleja de nosotros cuando recibimos o nos sustraemos al influjo de su bondad.
H. Eternidad de Dios
Noción previa. Es preciso, ante todo, distinguir el concepto de eternidad de otros conceptos que se refieren a la duración. Y así:
1. La duración es un concepto análogo aplicable a la eternidad, al evo y al tiempo, aunque en forma muy distinta, como veremos enseguida. La duración implica únicamente permanencia en el ser, con sucesión de tiempo o sin ella. Toda duración supone un ser existiendo actualmente. Mientras continúe en el ser, puede decirse de él que dura.
2. La eternidad es una duración sin principio, sucesión sin fin. Es clásica la definición de Boecio admitida por todos los teólogos: es la poseción total, simultánea y perfecta de una vida interminable. Es, como veremos, propia y exclusiva de Dios, con cuya divina esencia se identifica realmente, de suerte que debe decirse que Dios es su propia eternidad más bien que Dios es eterno.
3. El evo es la duración y medida de aquellas cosas que son incorruptibles en cuanto a su substancia, pero son mudable o variables en cuanto a sus operaciones (pensamientos, efectos, etc.). Se miden por el evo las substancias espirituales creadas (ángeles y almas racionales), y las operaciones connaturales del entendimiento de los ángeles por las que se conocen necesariamente. El evo tiene principio, pero no fin, y es más excelente o perfecto que nuestro tiempo, pero no abarca bajo su ámbito a todos los tiempos, como los abarca la eternidad, en la que no hay principio, sucesión ni fin.
4. El tiempo continuo es la duración y medida de aquellas cosas que cambian o se mudan en su propio ser (que puede corromperse) y en sus operaciones (movimiento local, alteración, aumento, etc.). El tiempo se opone radicalmente a la eternidad, puesto que, en perfecto antagonismo con ella, tiene principio, sucesión y fin. Se miden por el tiempo todas las substancias corruptibles y las operaciones transeúntes de los ángeles acerca de las cosas corruptibles.
5. El tiempo discreto, o discontinuo, es la sucesión de las diversas operaciones de los ángeles, cada una de las cuales puede constar de muchos instantes sucesivos sin continuación, con los cuales los ángeles, por especies intelectuales infundidas en su entendimiento por Dios, conocen, iluminan, etc., a las substancias inmateriales no sujetas a nuestro tiempo (o sea, a los otros ángeles inferiores y a las almas humanas separadas). Cada una de las operaciones de los ángeles constituye un momento angélico, aunque se haya prolongado por mucho tiempo según nuestro modo de concebir la duración.
6. La eternidad participada es cierta especial duración de orden sobrenatural, por la que se mide la visión beatífica de los ángeles y bienaventurados del cielo. Es la duración que más se acerca a la eternidad de Dios, de la cual participa en la medida en que una criatura puede participarla.
Nota. Esta última podemos decir que se refiere al grado de gloria que ya posee cada coro angélico y el alcanzado, por los méritos adquiridos en vida, por las almas racioneles que alcanzaron la salvación.
I. Unicidad de Dios
Nociones previas. Nótese, ante todo, que no es lo mismo unidad que unicidad, aunque sean conceptos íntimamente relacionados entre sí. Un ser puede ser uno sin ser único, como Juan es un hombre, pero no es el único hombre. Único significa un ser no sólo individual o singular, sino que, dentro de su naturaleza o especie, existe solamente él. Si en el mundo entero no existiera más que un solo hombre, ése sería no solamente un hombre, sino el único hombre.
Que Dios sea uno en sí mismo, o sea en su propia esencia, no ofrece dificultad alguna, ya que es infinitamente simple, como hemos demostrado más arriba, y la simplicidad absoluta es incompatible con cualquier multiplicidad o división. Lo que puede ofrecer alguna dificultad y vamos a exáminar a continuación es si Dios es único, o sea, si no existe más
que un solo y verdadero Dios.
Errores. Dos son los principales errores acerca de la unicidad de Dios: el politeísmo y el dualismo.
1. El politeísmo es el error de los que admiten varios o muchos dioses.
2. El dualismo es el sistema de los que admiten un doble principio supremo: uno del bien, del que proceden todos los bienes, y otro del mal, del que proceden todos los males. Muchos politeístas admiten estos dos como principales dioses entre todos los demás.
Doctrina católica. Es de fe que Dios es único, o sea, no existe más que un solo y verdadero Dios.
La unicidad de Dios es una verdad perfectamente demostrable por la simple razón natural. De hecho la proclamaron sin vacilar muchos filósofos paganos que carecían de las luces de la fe, tales como Sócrates, Platón, Aristóteles, etc.
Escuchemos a un teólogo contemporáneo (H. Paissac, O.P., en Iniciación teológica, vol I) resumiendo el argumento sobre la unidad de Dios:
“Si Dios existe, es causa primera del mundo, es simple y rigurosamente idéntico, es acto puro de ser. Por tanto, Dios no puede ser muchos si se habla de muchos dioses. Dios es uno. ¿Es solo? Lo es si quiere decirse que no hay otro Dios distinto a Él, que no está con otro
Dios. En este sentido su soledad es absoluta. Su trascendencia es perfecta.
Las criaturas no bastan para formar con Él una sociedad; está solo en medio del mundo, como está solo un genio en un jardín poblado de plantas y animales. Cuando un hombre está más alto, tanto más solo permanece, ha dicho Hello. Dios está colocado tan alto, que su soledad es infinita. En su fe renueva el cristiano su adoración: «Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra»”.
Esta “soledad infinita” de Dios es, sin embargo, relativa. Como nos acaba de decir el autor citado, lo es únicamente con relación a otros dioses, que no existen ni pueden existir. Pero la divina revelación nos habla de tres Personas divinas subsistiendo en una sola y mismísima esencia o naturaleza. Dios no es, pues, el Gran Solitario cuya existencia como uno alcanza a descubrir la simple razón humana. Es también el Dios Trinitario, cuya inefable vida íntima nos ha descubierto la divina revelación.
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